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Somos Suresnes

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Hace ya cincuenta años de Suresnes. El Congreso de Suresnes, celebrado en octubre de 1974, es considerado un evento clave en la historia del Partido Socialista Obrero Español,  y, seguramente, es el acontecimiento vital de la izquierda del último medio siglo. He leído por ahí que los jóvenes socialistas del interior nadaban en la abundancia gracias al dinero de la internacional socialista y de los primeros ministros y jefes de estado socialistas europeos, lo cual es falso. Aquella generación no tenía ni para pipas y el dinero del exterior llegaba a cuentagotas. Los cinco espadas principales, González, Guerra, Castellanos, Redondo y Múgica, mi padre, se pagaban de sus enclenques bolsillos los gastos de los viajes para «hacer partido», hermosa expresión que significaba defender nuestras ideas y hacer crecer el partido bajo la sombra de la dictadura y en los primeros tiempos de la democracia. 

La dirección del partido durante este periodo la ostentaba una vieja guardia de dirigentes históricos, muchos de los cuales estaban en el exilio en Francia, como Rodolfo Llopis, quien era el líder del PSOE desde el final de la Guerra Civil. Antes, en el congreso de Toulouse, en 1970, Felipe González, en un discurso brillante, le torció el pulso a Llopis, explicando que los jóvenes del interior debían hacerse con la dirección, pues ellos se la jugaban. Y tanto, todos fueron detenidos varias veces, y algunos pasaron cárcel.  Allí, en Toulouse, empieza el mito de Felipe. A Suresnes llegarían otros militantes que luego escribirían bellas páginas del socialismo: Txiqui Benegas, Guillermo Galeote y un largo etcétera.

Mi padre le tendió una trampa amable a Benegas para introducirlo en el partido en aquella era de oscuridad franquista. Le conminó a convencer a un grupo de trabajadores mediante una conferencia de las bondades del socialismo. Los trabajadores le aplaudieron al final de la charla. Txiqui no sabía que todos eran militantes del PSOE clandestino. Los trabajadores descubrieron que Txiqui tenía una calidad humana extraordinaria y un talento político fuera de lo común, virtudes raras en combinación que hoy no reúne ningún líder del actual partido nada socialista.

Guillermo Galeote, Willy, otro tipo extraordinario, caluroso hasta la médula, leía como nadie las estadísticas, acertaba los pronósticos y diagnosticaba, era médico, los males que aquejaban a esta gran nación. Un recuerdo cariñoso de los socialistas que los conocimos y frecuentamos.

«Los espadas del PSOE acariciaban la socialdemocracia. No se podrían emprender cambios estructurales desde un marxismo obsoleto»

De los cinco espadas principales el único que no quería ser secretario general era Guerra y el que tenía pocas posibilidades era Castellanos. Mi padre y Nicolás Redondo compartían habitación en un ruinoso hotel francés. Hablaban de sus posibilidades para alcanzar el liderazgo de la organización. Nicolás se apeó aduciendo que prefería dirigir el sindicato UGT;  mi padre se negó a presentarse diciendo que su activismo pasado en el comunismo no sería bien visto por los delegados. Por esas cosas de la casualidad, algo que no existe en política, un hombre de Guerra estaba en la habitación de al lado y escuchaba la conversación a través de la pared. Sospecho que tendría la oreja pegada a la pared. Corrió y se lo transmitió a Guerra. La candidatura de Felipe no tuvo oposición y salió elegido por una abundante mayoría. Lo que aconteció después, el PSOE en la oposición, la victoria del 82, la consolidación de aquella generación en el poder, es bien conocido.

Ya, en el Congreso de Suresnes, los espadas acariciaban la socialdemocracia, salvo Castellanos.  Solo cinco años después, Felipe, en un congreso extraordinario, exclamaría: «Hay que ser socialista antes que marxista». No se podían emprender los cambios estructurales de la nación desde un marxismo que se había quedado obsoleto. Por eso, porque Felipe tardaría poco en dar aquella lección, demostración del pensamiento de los lideres, los espadas de Suresnes coqueteaban entonces, en contra de la mayoría, con la bendita socialdemocracia. Los de hoy suman a sus credenciales lo que sea necesario para conservar el poder, la derecha racista de Junts, la izquierda racista de Bildu, el marxismo oxidado de Sumar. Lo dijo Feijoo y lo mantenemos muchos, la generación política actual, salvo casos excepcionales, es bastante peor que la de la transición, que era flexible y rotunda, lo que en política no es antagónico; que estaba forjada en el consenso y no en la crispación; que creía en una España para todos y no en una España para los élites.

El Congreso de Suresnes y el cambio de liderazgo en el PSOE, se ha repetido hasta la saciedad en los libros de historia, fueron fundamentales para la configuración del partido en los años cruciales de la Transición Española, la misma Transición que niegan hoy los dirigentes del PSOE con Sánchez a la cabeza. Ese PSOE existe porque hubo antes otro PSOE, el de Felipe, que a su vez fue posible por el PSOE de Prieto, y ese por el de Iglesias. 

Nosotros, los socialdemócratas clásicos, los que nacimos en el seno del partido, militemos o no en él, seamos más mayores o más jóvenes, no admitimos lecciones, de política ni de nada, de las mujeres y hombres de la actual dirección. La política, y la izquierda en especial, se basa en la confrontación de ideas  y la discrepancia en base a la dignidad, a la igualdad, camino que el partido nada socialista de ahora ha abandonado, arrinconado en el lado equivocado de la historia.

Nosotros, los socialdemócratas, somos más, somos mejores, somos más fuertes y somos Suresnes.


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